LA FELICIDAD Y EL DERECHO/ reseña "Lo que ve el Estado" (FCE, México)
LA FELICIDAD Y EL DERECHO
Ricardo
Guzmán Wolffer
En el
desarrollo del FEM (Foro Económico Mundial), después de varios años de análisis
sobre la economía, el empleo y otros aspectos mundanos, se pasó de lo material
a lo mental. En 2014, al lado de los millonarios mundiales, se hallaba un monje
budista para explicarles a los asistentes que uno no es esclavo de su
pensamiento. Visto en retrospectiva, podríamos suponer que simplemente se
trataba de la consolidación de una nueva industria; la cual, durante la
pandemia, tuvo un incremento notable: productos que ofrecen a los individuos la
felicidad, aunque sea momentánea.
Este
aspecto anímico, que parece complicado de cuantificar, tiene muchas
ramificaciones comerciales: desde las aplicaciones de los celulares, a la nueva
variante del dirigente semi espiritual (los llamados “coachs”), pasando por los
verdaderos gurús religiosos y demás aristas del negocio que crea en el
individuo la idea de una felicidad cada vez más duradera, pero que no lo
revierte como entidad explotable en ese mercado en expansión. El problema de
este tesoro contemporáneo en que se ha convertido la tranquilidad mental, casi
como prefacio a la felicidad pasiva, es que el individuo mira hacia adentro en
busca de alegría, como si ésta sólo dependiera de su forma de mirar la vida, y
deja de mirar hacia afuera. Así, es más importante lo individual que lo
colectivo en este posmodernismo donde tiene preferencia la sensación de cada
persona a la historia colectiva. Mientras, esa gente debe seguir consumiendo
bienes y servicios relacionados con esa alegría tan natural que requiere de
artificios para emerger.
Es
evidente que las leyes y el sistema de Justicia no están encaminados a buscar
la felicidad de las personas, simplemente se espera que la reglamentación de la
interacción social sirva para disminuir los problemas, que estos se resuelvan
de la mejor manera posible: es decir en juicios rápidos, justos y equitativos;
y que con ello se obtengan usuarios satisfechos, no contentos. Las leyes y sus
operadores no reeducan a la población para que sea feliz, ni siquiera intentan
modificar sus estados emocionales, a menos que el tipo de juicio lo requiera,
pero se ha perdido el concepto del derecho como una forma de educar.
El
derecho está pensado como una disciplina reactiva y no preventiva. Carece de
los mecanismos indispensables para llegar al grueso de la población como
sucede, por ejemplo, con las redes sociales. Esto no sucede con el derecho,
donde apenas los funcionarios judiciales dan la cara al público. Quizás algunos
impartirán cátedra, pero no hacen actos masivos de difusión cultural jurídica o
talleres para resolver jurídicamente los problemas cotidianos.
Casos
como el de Facebook evidencian que los controles corporativos sobre la
población pueden ser más eficaces que los métodos de control de los Estados.
Educan más las redes sociales que la escuela; ofrecen más herramientas
interiores las redes sociales que la religión; la abrumadora cantidad de
información que llega por internet desliga a la población del Estado y la sume
en una cultura global que termina por redirigir sus sentimientos. Ante esto,
las leyes nacionales parecen estar en desventaja. La manipulación de la
felicidad se ha facilitado. Desde lugares ajenos al derecho, principalmente
porque este no tiene como objetivo que se mejore la calidad de vida interior de
los usuarios de las leyes. Ni siquiera en los Estados con un discurso político
que desdeña los indicadores económicos, se programan políticas públicas para
modificar la percepción ciudadana y redireccionarlas a que los individuos sean
felices. Es difícil sonreír cuando no hay medicinas para tus hijos enfermos o
cuando te agreden impunemente. El acceso a servicios de salud y de seguridad,
entre otros, pone en su lugar a esta precaria búsqueda de la felicidad.
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“Lo
que ve el Estado. Cómo ciertos esquemas para mejorar la condición humana han
fracasado” de James C. Scott (FCE, México) acerca a la población a la
concepción estatal en la definición de sus elementos. Datos estadísticos de
necesidades y posibilidades parecen no ser suficientes para captar la realidad
a resolver. La complejidad de un Estado que parece requerir su simplificación
para abordar el manejo es una vía usada durante siglos, sin resultados
significativos, documenta el autor.
Un
texto básico para comprender las limitaciones en la administración estatal.
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los podcasts de “Realidad y censura” y “El estado superado” en “Literatura y
derecho” de Ricardo Guzmán Wolffer en Spotify y plataformas afines.
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