La obligación de morir

Ricardo Guzmán Wolffer

Los recientes hechos en Culiacán evidencian cambios en la administración pública.
A pesar de sanciones específicas en el Código Penal Federal, no hay duda para funcionarios del Ejecutivo en aceptar que fue ordenada la liberación de Ovidio Guzmán. Sin duda, tal medida salvó muchas vidas; sin duda, debió haberse planeado su captura para evitar tan mal resultado. Poco se habla de los muertos y heridos causados con tal error. Menos se habla de quién responderá penal, civil y administrativamente por un operativo tan fallido.
La implicación más importante es que, si el caso lo amerita, se ordena incumplir con la función: se acepta y promueve que agentes del orden pongan en libertad a una persona detenida legalmente.
Contrasta tal acto con el discurso sostenido en contra de jueces y magistrados. Se les acusa de corruptos, de no tener calidad moral por conceder amparos y suspensiones; además, se les equipara con la delincuencia organizada al tildarlos del “cartel de los ampareros”. Se les reprocha no cumplir con su función.
Si la delincuencia organizada pudo doblegar al sistema de seguridad en una actuación tan mal planeada, es de esperarse que tenga acciones contra los jueces. Muchos han sido suspendidos en esta administración, más han sido reubicados sin existir sanción administrativa para ello. No se les permite fallar en nada a su labor jurisdiccional; el hecho de tener parientes trabajando en el mismo circuito (no en el tribunal donde labora el propio magistrado) es suficiente para ser cambiado de lugar de trabajo. Se olvida que muchos de esos jueces se enfrentan todos los días al crimen organizado. Pero se espera que no se dobleguen ni en una resolución. No se tolera, como ahora sucedió con policías y militares, que dejen de cumplir con su función. Por el contrario, se les critica si sus resoluciones no son acordes a la opinión de legisladores y otros funcionarios.
Por lo menos, debería explicarse en qué casos quienes deben velar por la seguridad de todos los mexicanos están facultados para incumplir con su deber legal. En apariencia, los jueces no tienen la posibilidad de claudicar en nada, incluso cuando el crimen organizado los amenace reiteradamente. Son muchos los juzgadores asesinados por la delincuencia, aunque se publicite poco: sólo se sabe de titulares judiciales separados del cargo para su investigación.
La duplicidad de discursos confunde.
En apariencia, se espera de esos jueces que tengan la obligación de morir en el cumplimiento de la función.

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“La noche de la Zona M” de Alberto Chimal. Fondo de Cultura Económico. México, 2019. Un México sin autoridades, pero con ciudadanos obligados a organizarse para sobrevivir. Un futuro distópico. Una Ciudad de México cambiada, pero reconocible por sus calles: ¿cómo sería la capital si hubiera un brote de violencia extrema incontrolable?
Chimal es uno de los escritores más afamados de su generación, aquí se advierte por qué. Sus obras no pretenden ser de crítica social, pero la ciencia ficción ha logrado colocarse como un peculiar profeta de cambios científicos y sociales. En la novela se invocan ritos de ingreso a la “Tropa” (no militar), muy similares a los usados hoy por La Mara; se plantea el uso de energías “limpias” como respuesta a la falta de suministro de electricidad; se habla de los planes de las élites billonarias para sobrevivir en otros planetas o en las zonas polares. Chimal parece estar pronosticando un colapso que no suena tan descabellado.
            La buena literatura como muestra de que el futuro puede ser tan sorprendente como nuestro presente y su violencia.
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EDITORIAL Ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU, se examinó a México. Se exigió a la delegación mexicana explicar los actos contra el poder judicial y se mencionó dentro de ello la reducción de salarios con referencia al pago del presidente de la República, así como inestabilidad laboral que provoca la readscripción de jueces y magistrados. Entre otros.
            Este procedimiento ante la ONU sigue en trámite.
            En esta sección advertimos hace meses sobre la posibilidad de que las medidas tomadas por legisladores y ejecutivo respecto del Poder Judicial Federal terminaran dirimiéndose en cortes internacionales. Este es el primer capítulo.
            El Poder Judicial Federal no es intocable, pero su modificación no puede estar por encima de las reglas internacionales de las que México es miembro desde hace décadas.

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