DELINCUENCIA
Y CUARENTENA
Ricardo
Ham
Las
crisis sociales deberían llamar a la solidaridad, pero parte de la población las
aprovecha para beneficiarse. En sismos, inundaciones e incendios, la
delincuencia marca territorios, mide fuerzas y se llena los bolsillos.
Durante la pandemia de influenza H1N1 (2009) la delincuencia
tuvo un comportamiento al alza, según el Centro de Investigación para el
Desarrollo (CIDAC): los homicidios de la
delincuencia organizada llegaron a los 2 mil al principio de ese año: 9614 al
año, más de 26 diarios. Ahora, los homicidios durante los primeros 26 días de
marzo son de 82.6 diarios: 3 veces más que en la pandemia anterior.
La Asociación de Compañías Mexicanas de Seguros reportó que el robo de vehículos en 2009 finalizó con 184 diarios, en 2020
la cifra asciende a 487 entre febrero y marzo 26, una diferencia diaria de 303
vehículos.
Durante la crisis de combustible de
2017 hubo 80 saqueos y en la Zona Metropolitana del Valle de México detuvieron
a 200 personas. En la actual cuarentena ya van 50 saqueos en la megalópolis,
con 100 detenidos por posible robo con violencia, pandilla, asociación
delictuosa e instigación a la violencia.
La delincuencia organizada aprovecha la confusión y el miedo. Para
Enrico Ferri son “delincuentes
ocasionales”: aprovechan la oportunidad para delinquir. Benjamín Arditi señala
la necesidad de que la población redefina el término “ciudadanía”: debe ser una
sociedad fuerte y participativa. Hoy esa nueva ciudadanía debe organizarse para
confrontar las adversidades (pandemias y delincuencia organizada) más la
deshumanización ante la tragedia. Mediante la legalidad y el apoyo fraterno esa
nueva ciudadanía debe definir nuevos rumbos sociales, políticos y culturales, ante
la mínima credibilidad en las instituciones que procuran justicia y en los
aparatos represivos del Estado que han dejado en indefensión a los ciudadanos.
Las autodefensas, justicieros, linchamientos
y patrullas comunitarias son las opciones exploradas que, sin embargo, no
pueden ser consideradas como permanentes debido a la violencia que en sí mismas
conllevan. Las dinámicas violentas parecen otorgar derecho a ello, pero la
sociedad (la nueva ciudadanía) debe mostrar fortaleza en tiempos adversos,
solidaridad en las crisis e inteligencia hacia la construcción de nuevas
dinámicas que reconstruyan la confianza en las instituciones y combatan a la
delincuencia que amenaza el tejido social.
Mientras el gobierno no de
resultados, la población buscará cómo sobrevivir.
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“Necroderecho”
de José Ramón Narváez Hernández. Edit. Libitum, México.
Si el hombre sólo está seguro de su propia existencia, ata sus
limitaciones cognositivas: su mente es su cárcel, con sus prejuicios y temores.
La ley protege propiedades y derechos, por equivocados que estén constituidos:
para ello debe ser maleable. Y termina por negociar la vida para establecer a
sus seguidores.
Con una perspectiva tan peculiar como contemporánea, Narváez
replantea el estudio del derecho: sirve para proteger la vida, pero terminará
por causar la muerte. Mientras los ciudadanos buscan los caminos para salvarse
de la enfermedad en turno, los gobiernos plantean escenarios políticos, no destinados
al individuo: la ley no salvará a todos.
Un libro de filosofía jurídica profunda que replantea los
efectos y las causas del derecho; sin darnos cuenta, el pacto social se ha
vuelto de muerte, no de vida.
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